Bienvenidos una vez más a la sección Creación literaria. En esta ocasión vamos a abordar un tema peliagudo a la par que valioso, el elemento que puede encumbrar una obra o hacerla caer en el olvido. ¿Habéis adivinado de que se trata? Exacto: los diálogos.
A lo largo de este hilo vamos a tratar en profundidad el tema desde distintos ángulos, pero no sin antes conocer lo mínimo sobre estas valiosas herramientas creativas que simbolizan la voz de los personajes.
¿Qué es un diálogo?
Más allá de representar un gran porcentaje de toda historia (por no decir el mayor, que en la mayoría de casos es así), los diálogos son el elemento simbólico que permite conocer a los personajes en profundidad, la oportunidad que el narrador les da de tomar la palabra y colocar a los lectores cara a cara con estos. Por supuesto, aquí surge la primera pregunta: ¿dónde queda el narrador entonces? Imaginad lo siguiente: dos personajes van por la calle y se cruzan con un tercero, entonces surge una conversación, pero son ellos los que hablan y vosotros, los lectores, son los testigos de primera mano de este encuentro; sin embargo, ni siquiera este ejemplo responde la pregunta.
Para conocer la verdad hay que tener en cuenta las partes del diálogo y los elementos que las componen: Parlamentos e Incisos. Los primeros hacen referencia a las intervenciones directas de los personajes, es decir, el uso de su voz narrativa, mientras que los segundos hacen referencia a todos sus movimientos, expresiones, sentimientos o pensamientos que son dignos de destacar. Solo en estos últimos es donde participa el narrador, pues nada le corresponde en los diálogos más allá de señalar todo aquello que escapa a la voz de los personajes.
Una vez señalado esto, toca replantearse lo siguiente: si el narrador es quien controla los incisos, ¿por qué no interviene en el diálogo con su propia voz? La razón está en su naturaleza, en aquello que lo diferencia del resto: mientras que los personajes están presentes en la novela, el narrador es inexistente en esa realidad, es un ente que está ahí, pero que nunca se conoce; dicho de otra forma: es un espectador que lo conoce todo. Por supuesto, todo depende del tipo de narrador que sea, ya que esto no podría aplicarse en un narrador en 1ª persona o incluso en 2ª persona.
En última instancia, los diálogos son un trabajo en equipo entre los personajes y el narrador, cada uno cumple su parte para que este cobre sentido; sin embargo, existe un dato que no puede pasarse por alto: solo los parlamentos son totalmente necesarios en los diálogos, la aparición o no de incisos queda al libre albedrío del narrador (que no es otro que el escritor y su estilo propio).
Características principales:
Al igual que ocurre con todo, los diálogos poseen una serie de características que hacen que cobren sentido y tengan su lógica, una especie de reglamento totalmente necesario para desempeñar su papel. Dichas virtudes son las siguientes:
· Intencionalidad: Un diálogo no puede aparecer de la nada, jamás debe ser un elemento de relleno para salir del atolladero, ¡eso nunca debe suceder! Si los personajes hablan deben tener razones para ello, ya sea porque la escena así lo requiera, sus historias personales les hagan cruzarse en un momento determino o simplemente les apetezca. Sea cual sea la razón, nunca dejéis que el vacío se apodere de vuestros diálogos ni intentéis forzarlos. Cada cruce entre personajes tiene que tener una razón, en caso contrario es un error.
· Imitación: Los personajes no solamente tienen vida literaria, sino que de hecho dentro de cada ficción son capaces de hablar y expresarse igual que nosotros, razón de más para que sus palabras sean creíbles. No hay que usar florituras lingüísticas, no necesitáis adornos ni que sean los mejores diálogos del mundo, es mucho más simple que todo eso. Esta es la clave: imitad el lenguaje y adáptalo a cada personaje según su personalidad. Cuando penséis en vuestros personajes no tenéis que verlos como frutos de vuestra creación, como elementos que podéis moldear de forma distinta a vosotros; todo lo contrario, cuántos más reales os parezcan, mejores diálogos saldrán de ellos.
· Fluidez y ritmo: Si algo hay que evitar por encima de todo es la monotonía o, dicho de otra forma, diálogos simples. ¿Qué sentido tienen unos diálogos que sean repetitivos, sim gracia alguna? Son la música de la historia, las notas son cada palabra que digan vuestros personajes. ¿No os gustan las canciones de una forma determinada? Pues con los diálogos pasa lo mismo. ¿A dónde quiero llegar con esto? Sencillo: si algo se da por sobreentendido o es rematadamente obvio, prescindid de eso. Incluir cosas básicas en los diálogos no solo les quita brillo, sino que aparenta una sensación de dejadez por vuestra parte.
· Coherencia: Todo personaje es diferente a otro, eso es algo básico, a la par que un detalle que se olvida con demasiada facilidad. Dependiendo de una serie de factores (edad, clase social, educación, personalidad), tendrán una forma diferente de expresarse y entrarán en juego emociones o razonamientos que los difieran de cualquier otra. Pongamos un ejemplo: un personaje alegre por naturaleza tenderá a ser positivo y no verá el lado malo de las cosas, al igual que un soldado que ha sobrevivido a la guerra y ha perdido todo lo que quiere verá la vida con un tinte cínico y desconfiado por naturaleza. La personalización de los personajes no es mero capricho, es en los diálogos donde más tienen que demostrar.
· Realidad: Directamente relacionado con lo anterior, pero menos obvio que su carácter, está el hecho de que el entorno juega un papel muy importante en cómo se expresarán. No obstante, dos cosas entran en juego al respecto: por un lado, los sentimientos que manifiesten en ese momento y, por otro lado, el lugar donde estén en el momento del diálogo. Imaginad lo siguiente: un ladrón malhablado, tosco y de rudos modales tiene un mal día, por lo que no le importará usar replicas hirientes y maldecir sin ton ni son; sin embargo, ese personaje es convocado en una corte y tiene que guardar las formas, por lo que mostrará un mejor comportamiento de lo que su estado de ánimo desea expresar. ¿Veis dónde está el truco? De una forma u otra, todo acaba estando relacionado.
· Reiteración: Si hay algo que puede resultar molesto, incluso chocante, es que se repita información en los diálogos o, mejor dicho, que se repitan cosas porque sí. Esto es algo que sucede más a menudo de lo que gustaría y que se considera un fallo grave, pero que no es tan fácil de evitar. Lo mejor al respecto es tomárselo con calma y planear bien los diálogos, ya que las prisas os harán caer sin duda en este error tan frecuente. Además, también hay que tener en cuenta lo que el lector sabe y no (en otros términos: aquello que ya ha leído), ya sea para no repetir información no relevante para la trama o revelarle detalles importantes que aún no necesita saber. Cuidado con esto, esta regla es donde aguarda el peligro más grande.
¿Cuáles son sus funciones?
Bien, ya sabéis que es un diálogo y cuáles son esas reglas que lo rigen, pero aún estáis verdes en lo que se refiere al tema. ¿Qué es lo que os falta entonces? Saber porque los diálogos hacen una u otra cosa, es decir, sus funciones. Al contrario que el punto anterior, solamente hay dos cosas a tener en cuenta en lo que a su papel narrativo se refiere.
· Aportan información: Un diálogo no solamente es una muestra de cómo unos personajes interactúan con otros, sino que es mucho más que eso. Cada palabra, cada frase, cada manifestación oral entre uno y otro revela información, ya sea importante o no, pero es un hecho que no puede pasarse por alto. Es más, en función de lo que revelen se diferencian dos clases de información: en primer lugar, aquella que acepta directamente a la trama y deja pistas que el lector puede interpretar; en segundo lugar, el conocimiento relacionado directamente con los personajes (su pasado, su lugar en la vida, su trabajo, sus relaciones, etc.).
Ahora bien, ¿cuál de esos dos tipos es el más valioso para la historia? Por supuesto, es una pregunta trampa y lo mejor es olvidarse de ella, puesto que ninguno tendría sentido sobre el otro. Vamos con un ejemplo: ha ocurrido un crimen a mitad de la historia, alguien ha muerto en una fiesta. Diez personajes son sospechosos de haberlo cometido y se relacionaban con la víctima en mayor o menor grado. Si no hubiera habido diálogos entre ellos, el lector no sabría que pensar ni a quien culpar, así como tampoco sabría qué ocurrió un crimen si se lo hubieran relevado en un diálogo.
En términos simples, ambas clases de información se complementan, pero son fáciles de distinguir: los primeros hacen avanzar la trama, le dan sentido a la historia y condicionan la historia hacia un rumbo determinado, es decir, controlan los acontecimientos y llevan a los lectores de la mano; los segundos permiten conocer a los personajes, los presentan a los lectores y aseguran que se relacionan con ellos de una forma personal.
· Mantienen el equilibrio narrativo: Por supuesto, ninguna historia puede sobrevivir solo con la visión del narrador, con eternas descripciones que no tienen fin y la visión de pájaro que solo puede dar un espectador; los diálogos son totalmente necesario y ahí radica su secreto: controlan el ritmo de la narración y lo equilibran. Esta función es simple de entender y no tiene mayor misterio: los diálogos obligan a la historia a detenerse en un punto, a seguir pausadamente el ritmo de ese diálogo. Sin diálogos, una historia solo podría ser dos cosas: un enorme resumen descriptivo o una ficción muda.
Tipos de diálogos:
Llegados a este punto, es claramente necesario hablar de las clases de diálogo, ¿cómo no hacerlo? A la hora de diferenciarlos, hay que seguir dos criterios específicos que rigen de qué forma se constituyen estos:
- Según el plano
- Según la educación
Según el plano
Esta clasificación depende de la forma en que se realice el diálogo, mejor dicho: los personajes que intervengan en este. ¿A qué me refiero? Para empezar, hablemos de los diálogos externos, el diálogo clásico por excelencia en el que pueden participar dos personajes o decenas, en el que cualquier otro personaje puede participar siempre que llegue a tiempo. Estos no solo simbolizan la forma más común de diálogo, sino que de una forma u otra son los que aparecen mayormente en la literatura. Por el contrario, menos usados mas no por ello inferiores, son los llamados diálogos internos, aquellos en los que solo participan un personaje y se dan en el plano mental, es decir, una conversación con ellos mismos (como un pensamiento, un recuerdo o su propia imaginación).
Ahora bien, señaladas sus diferencias toca retornar al hecho que los distingue: el cómo y el dónde. Analizándolos, se encuentran unas diferencias claras: los primeros se dan a través de la palabra, mientras que los segundos es producto mental; los internos delimitan la participación a una única persona y son profundamente introspectivos, mientras que los externos son completamente abiertos a la participación y están pensados para ser compartidos; por último, ambos son dependientes del otro, pero no siguen un orden claro (una palabra concreta puede desencadenar un pensamiento, al igual que un recuerdo puede originar un discurso).
Por supuesto, esto solo son términos generales y no existen pocas excepciones. El juego está servido.
Según la educación
Si bien esta distinción es considerada no literaria y no se tarda en eximir de esta al lenguaje escrito, también lo es que no existe razón más allá de unas miras estrechas para negarse a usarla; sin embargo, son mucho más sencillos de distinguir que los anteriores y dependen de dos cosas: el lugar y el momento. ¿Recordáis el ejemplo del ladrón? Pues es típico diálogo formal, un diálogo que no está planeado de antemano y en el que se da la conversación a través de fórmulas y protocolos. En la otra cara de la moneda ocurre lo opuesto, los diálogos informales no requieren de planificación, son completamente espontáneos y el registro puede ir desde lo coloquial a lo vulgar.
Ahora bien, si os habéis dado cuenta ese ejemplo que he señalado contiene ambos tipos de diálogos, lo que revela una verdad sobre ambos: dependen estrictamente del lugar en el que se den. Ahí está la gracia, no todos los momentos permiten usar el que queráis si no que os veis obligados a ello, pero eso no tiene que ser malo necesariamente. Miradlo de esta forma: esa obligación no es un impedimento sino un aviso, una forma de condicionar el diálogo si, más contáis con la ventaja de saber cómo debe escribirse y qué camino seguir.
Cosas a tener en cuenta:
Ya sabéis que es costumbre dar unos pequeños consejos antes de dejar el tema por esta entrada, así que aquí los tenéis.
· La práctica lleva a la perfección: No nos engañemos, nadie nace sabiendo y los diálogos pueden ser algo divertido o un engorro de narices; sin embargo, no todo tiene porque ser malo. Sí, puede que al principio sea difícil, que os desesperéis y nunca este lo bastante bien para vosotros, ¿pero acaso la práctica no hace al maestro? Tomáoslo con calma, como dice el refrán: “Roma no se construyó en un día”.
· Deben ser lo más naturales posibles: Cierto es que este tema lo he tocado en las características, pero nunca está de más dejarlo caer antes de terminar. Sucede a menudo que nuestra mente guarda diálogos que nos gustan especialmente, ya sea porque nos encante el efecto o las palabras utilizadas, pero tratar de emular la epicidad o el impacto de estos es un error por dos motivos: primero, estáis persiguiendo un ideal que seguramente su autor tardo mucho en conseguir y que, además, no os sirve de nada si la escena no acompaña; segundo, no estáis siendo naturales y estáis forzando a que vuestro diálogo sea una copia de ese referente mental. Precaución, pequeños saltamontes. La naturalidad es la clave, la espontaneidad su compañera.
· En caso de dudas, nada mejor que recrearlos: Ya puestos a practicar diálogos, ¿por qué no recrearlos como si fueran una obra de teatro? Si acaso algo no os convence o pensáis que cojea por alguna parte, probad a decirlos en voz alta y ponerles voz. Este consejo no solo os hará ver si es creíble y causa el efecto que queréis, sino que muchas veces incluso puede ayudar a detectar errores ortográficos. No dejéis que las dudas os acorralen, vosotros sois vuestros mejores aliados en el proceso creativo.
· No abuses de los diálogos: Vamos con algo clave, un detalle pequeñito y crucial: los diálogos están para controlar el ritmo y darles voz a los personajes, no para convertir la historia en una obra de teatro. Sí, por supuesto que tiene que haber diálogos, pero no pueden formar toda la historia y las descripciones, así como el papel del narrador, son vitalmente necesarios. Recordad esto: el triángulo perfecto en la historia lo componen diálogos-descripciones-narrador, quitad uno y estaréis perdidos.
Esto es todo por ahora, pronto tendréis la siguiente entrada sobre el tema. Hasta pronto, compatriotas literarios.
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